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Mostrando entradas de enero, 2011

Son oscuro

Le dije a Ilda que a la mañana siguiente iríamos a dar una vuelta a la "isla", (ella llamaba así al centro de enfermeras del área de críticos) y cantamos juntas "Vamos de paseo, sí, sí, sí. Con un coche feo, sí, sí, sí..." No sé por qué tenía la certeza de que a la mañana siguiente,  viernes, la encontraría nuevamente sentadita en el sillón, esperándome. Sería la última canción que cantaríamos juntas y la última vez que hablaríamos. Ahora me parece increíble que no hubiéramos elegido un tango ( Percal , el que ella amaba), que sería lo suyo ya que era argentina, y más bien hubiera brotado un estribillo de coche infantil de cinco pesetas. Nuestra amistad había pasado por muchísimas estaciones, que casi no consigo definir, pero en la penúltima, empezamos a evaluar y a recordar nuestras anécdotas de vida. Hasta que fue perdiendo la voz y un domingo, hace dos domingos, la fiebre me amenazó con llevársela y sentí que todavía teníamos cosas pendientes (también ella) y v

Privilegios de benjamina

Ser la quinta hija de mi padre y la cuarta de mi madre no me convierte en loba las noches de luna, ni en duende cuando hay eclipse solar, ni siquiera en unicornio con tres planetas en conjunción; pero sí ha hecho de mi vida un absoluto divertimento. Aunque, debo confesar que cuando era una cría el hecho de ser la benjamina me acarreó más de un problema. Centralmente, porque a mis hermanas mayores les fascinaba pasársela bien dándome unos sustos de muerte (gracias a esa terrorífica experiencia, he dudado a la hora de divertirme haciendo lo mismo con mis hijas). Acostumbraban esconderse detrás de cuanto mueble las cubriera para lanzarme un ¡uuuu! fantasmagórico que me hiciera saltar casi un par de metros, mientras ellas se despanzaban de la risa. O aprovechaban que eran "grandes" para mandarme a por diferentes cosas a la planta de arriba y apagarme la luz cuando llegaba a medio camino, entre el último escalón y el comienzo del largo pasillo, lo cual me obligaba a volver para a