Esta mañana, la busqué. Es decir, como todos los días, desde que voy a fisioterapia, me la cruzo a medio camino, en el mismo banco donde ha hecho noche, los zapatos destrozados, las medias llenas de agujeros, en una bolsa de plástico su manta, sus pocas pertenencias y esa mirada, esa mirada perdida que la aisla de un mundo que le ha dado la espalda. Presumo que estará por la treintena, aunque tal vez tenga menos y el intemperismo le ha destrozado la cara a la par que el alma. Todos los días elijo la misma calle. Sé que me duele el corazón cuando paso a su lado y que podría elegir otra calle para evitarla, pero sentiría una suerte de traición dejarla allí, sola, sin que la única persona a la que le importa un poco pase por su lado y le sople las mejores energías. Quisiera hablar con ella, conocer su vida, pero siempre recuerdo al monitor ese que me dijo, una vez que quise sacar a un huérfano de paseo: "si no se va a hacer cargo de él todos los domingos del año, déjelo, que no es