Me resulta complicado definir el momento exacto en el que conocí a María. Sí se que fue a la vuelta de mi viaje a Bolivia. Antes de viajar para trabajar en la selva, yo alimentaba a una colonia que estaba, en el argot gatero, "descontrolada". Eran más de 30 gatos que se reproducían en progresión geométrica cada tres meses. Cuando volví, hete aquí que la colonia había pasado al estatus de "controlada" gracias a la acción de una mujer llamada María. Para conocer a las mujeres que trabajan en esto hay que estar dentro de este mundillo, secreto y, muchas veces, por necesidad, clandestino. Son esas mujeres que llueva, truene, nieve, con confinamiento o 40 grados de temperatura, van con sus carritos de compra llenos de pienso, latas, platos reciclados de plástico, agua y mucho entusiasmo por reencontrar y hablar con los nenes de la calle. Una vez, de las tantas que ayudé a María, hablando de estas mujeres, me dijo: las mujeres de este mundillo son raras. Yo me reí y le