Un día tuve un cruce de palabras con una extraña mujer. Era una cincuentona mal vestida que llevaba un perrito de paseo a la vez que iba arrancancdo todas las ofertas de trabajo que están pegadas en portales y postes. Mi hija pequeña, que ve a colores, me comentó lo que hacía. Yo pensé, con una ingenuidad impropia para mis años, que ella necesitaba algún pintor o fontanero. Pero mi hija me hizo notar que arrancaba y destrozaba todas las que encontraba a su paso. Me dí la vuelta y le pregunté por qué lo hacía, que si alguno le había robado y ella me contestó que era porque todos eran unos migrantes ilegales. Sólo me ocurrió decirle: qué fascista es usted. Lo más sorprendente es que ella me miró y me sonrió dejándome de una pieza. Es que no la había insultado, más bien la había definido. Por eso es que no entendí muy bien la defensa cerrada que hicieron Zapatero y el rey de Aznar y las empresas españolas. Los que padecimos a este funesto presidente, del cual es difícil olvidar que es tan