Cuando era niña, la profesora de literatura nos pidió que trajéramos varias cosas, entre ellas un poema. Yo escogí "Si yo fuera hombre" de Juana de Ibarbourou, por aquello de "cuando así me acosan ansias andariegas, qué pena tan honda me da ser mujer". Me parecía, entonces, que ser hombre significaba la libertad de viajar y moverte a todas partes sin correr ningún peligro. Lo más gracioso de ese lejano día fue que el niño que estaba sentado a mi lado, un avezado y guapo varón, echó mano de mi cuaderno cuando la profesora le pidió que leyera el poema. Demás está decir que no tuve tiempo de prevenirle, sobre todo porque estaba viendo la reacción del resto de la clase y de la prof cuando él comenzó a decir "Si yo fuera hombre, qué hartazgo de luna, de noche y silencio me habría de dar...". La profesora sólo comentó: "No sabía que Ud. no fuera hombre". Risas de fondo. La actitud de esta criatura situada en el bando ganador, que trató de sacar ventaj