Cuando hay ya 17 muertes y miles de afectados por el dengue en Santa Cruz, sólo queda agradecer haber pasado a la historia sin haberlo cogido. Claro, visto desde la perspectiva del súpernegativo que sólo ve la botella medio llena. Yo paso por la vida pensando que nada de eso me sucederá, al menos, no a mí. Es decir, nunca cogeré el dengue, la gripe A (al final, la cogí a mi pesar), la fiebre amarilla, la malaria o el mal de chagas, todas enfermedades altamente probables en tratándose (no sé si existirá este tipo de redacción pero me encanta) de un viaje a mi amada ciudad. Tampoco patinará el avión, ni se incendiará, ni se perderá en el Atlántico. No llevo pata de conejo, porque la pata de conejo siempre soy yo. Es decir, mi suerte contagia y el que vaya conmigo, va con seguro de vida. Y es que ayer aterricé en mi otra casa, Madrid, procedente de un viaje relámpago a Bolivia. Tan relámpago fue que no vi a casi nadie de los amigos que suelo frecuentar cuando voy con más tiempo, que suel