Yo tuve un primo. Veréis. Este primo gozaba echándote bromas, a veces a costa tuya. Para los que penséis que ese es un rasgo desagradable, os diré que es algo a lo que hay que acostumbrarse en tratándose de vivir en mi ciudad, donde la broma permanente es un rasgo de distinción. Pero a este mi primo le costó la vida. Nadie supo nunca las razones por las cuales su compañero de caza decidió gastar una bala en él antes que en un jabalí. Este fulano solamente adujo que no le había gustado la broma. Mi primo salió de la selva con los intestinos en la mano y murió en el micro al que había conseguido subir a duras penas. Dejó huérfanos a tres niños pequeños. Una de ellas, Belén, había cogido tuberculosis con apenas tres meses de edad. En toda su vida, no tuvo más que un año sin toser, porque -¡Ay! país, país, país- nunca la curaron bien. Hace unos años, cuando esta criatura tenía ocho, fui a Bolivia con mis hijas y las niñas se volvieron grandes amigas. Yo solía ponerle inyecciones de antibi