Conocer a Fidel en el segundo año de la carrera fue la llave mágica que me permitió alcanzar un nivel más alto en el videojuego en el que estaba instalada entonces. Lo noté cuando empezaron a subir a mi personaje a la testera en los actos públicos. Parecía que me había convertido -en aquella ciudad de provincias olvidada- en alguien célebre sólo por el hecho de haber compartido espacio, haberle dado la mano, y haber intercambiado un par de palabras con el gran líder. Además, como constancia apareció una foto que, años más tarde, perdería lustre y compostura, como una metáfora que reflejaba que tanto las cosas como las ideologías se desgastan, se rompen, se desordenan y no quedan más que convertidas en un puzzle muerto de desaliento. En cuanto percibí que era aceptada por la secta seguidora de El gran papi que todo lo ve y todo lo resuelve , decidí recuperar mi fama de rebelde antisistema, construida a pulso durante el anterior juego. Para ello, me propuse romper esa imagen que había n