Es en las situaciones extremas en las que los políticos de cualquier ralea demuestran si sirven para dirigir a un pueblo. Esos momentos estelares en los que te coronas como un idiota o como un director de orquesta. A Sergio Antelo el destino, ese a veces perro rabioso, le mandó la mayor inundación, (turbión, como le llamamos en Santa Cruz) nunca vista, antes, ni después, justo cuando era alcalde de Santa Cruz. Una balsa formada naturalmente en la cabecera del río Pirái, estalló para provocar un auténtico caos en la gran ciudad, distribuyendo su marea líquida democráticamente, no sólo en el caserío humilde sito próximo a la ribera sino también en la zona noble donde se erguían primorosas y bellas casas. Demostrando su talento como urbanista, creó un nuevo barrio al que la casualidad le puso el nombre que todavía lleva, Plan 3000, (que debería trocar para portar el que haría justicia a su creador), donde fueron a comenzar una nueva vida los desplazados por la riada, convirtiéndose en