Volviendo del aeropuerto sentí que el huracán ya había pasado, nos esperaba la soledad y el silencio. Y es que desde que nacieron, compartir su vida se adjetivó con todos los sinónimos de instensidad. Llegaron al mundo haciendo ruido y con ello nos despertaron el placer de los sentidos. Lo más importante, nos enseñaron que el amor puede ser perfecto en su inmensa complejidad. Porque, francamente, nos enamoramos de nuestras hijas nada más verlas y todos nuestros universos comenzaron a girar alrededor de ellas. Nosotros les dimos las letras y ellas las convirtieron en discursos; les ofrecimos lápices de colores y ellas pintaron el entretenido écran que nos acompañó en el día a día; les enseñamos a andar, a decir la primera palabra, a comer, a montar en bicicleta, a nadar; las acompañamos a sus múltiples clases, desde ballet, a patinaje artístico, pasando por teatro, judo, tenis o ski; les contagiamos el placer por la lectura, por todo tipo de música y las series y pelis en versión origi