El día en que murió Linda, la gata molona de mi hija mayor, ella decidió que nada la reemplazaría y que no quería otra gata. Lo entendimos. Era muy pequeña para asimilar la pérdida de ese pequeño ser que tanto amaba. Además, teníamos otros tres gatos y lo cierto es que ya nos parecían suficientes. Pero las determinaciones en las niñas pequeñas duran muy poco, así que pronto reclamó traer a casa otra gatita para "rellenar" el hueco que había dejado Linda. No fue difícil encontrar a una persona que tuviera gatitos. En este caso, era una mujer que dejaba entrar a parir a las gatas callejeras a su casa: tenía disponibles unos 20 cachorros. Allí fuimos con las dos niñas. Mi hija mayor eligió a la que pronto se llamaría Manchitas, de forma definitiva, después de pasar por varios nombres; y mi hija pequeña, como se quedó mirando a los gatitos como miran las vacas el césped que no pueden comer porque se encuentra del otro lado de la cerca, le dije: escoge tú otro. E