H ace mucho tiempo he llegado a la conclusión de que nada se repite en mi vida, que varias de las cosas que me ocurren y han ocurrido fueron, son y serán únicas, excepcionales, solitarias. Las veces que he pensado esto es el comienzo, se mantendrá en el tiempo, y seré o tendré tal o cual cosa, me he estrellado con la realidad de que la puerta se abrió una sola vez y que no volverá a pasar. En ese inventario de cosas insólitas están las cartas de Julius. Y si algún día imaginé -porque imaginar es gratis- que recibiría más cartas de este tipo, de diferentes personas, a lo largo de mi vida, quedó en eso, en una ensoñación sin sentido, porque ahí permanecen estas hojas de papel como testigos de que si nadie se baña dos veces en el mismo río, la vida tiene parcelas en las que algunas maravillas suceden una sola vez. Julius y yo nos habíamos conocido en un evento internacional en La Habana, él como representante de su país, Uruguay, y yo, del mío. Aunque esa represen