En medio de un periódico abarrotado de noticias de Haití, apareció esta foto. Pensé que más una simple foto, era una metáfora: de una vida dividida por la mitad, de un cuerpo destripado, del ying y yang, de las luces y las sombras, de todos los oximorones probables... Cuando la miro, me sorprende la placidez de la parte que ha sobrevivido al derrumbe, con los muebles en su sitio; el sofá esperando una familia que se siente a ver un televisor que se esfumó con el resto de muebles, la mesa camilla con dos mantelitos a juego, la colección de libros, la plantita intacta y en el cuarto del niño, la cama a punto de ser usada mientras la diana espera unos dardos que nunca más aterrizarán en ella. Lo cierto es que cuesta imaginar cómo era la cuarta pared. La cuarta pared somos todos, como en el teatro. El público que se atreve a entrar en las intimidades de aquellos que, además de haber perdido todos sus recuerdos, han perdido eso, su intimidad. Es una foto obscena, como publicar una foto de