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Mostrando entradas de octubre, 2011

Eso somos...

Los bolivianxs somos informales, impuntuales, bromistas pesados e impertinentes hasta meter la pata hondo. Es decir, somos esos que te dicen "te llamo mañana" y... siéntate a esperar, que no llamaremos nunca. O que llegamos un par de horas después a la cita con sonrisa de "gané el premio" y cara de "yo no fui". O los que hacemos una broma sobre los defectos de uno de los del grupo y nos echamos a reír como burros y cuando levantamos la cabeza descubrimos que somos los únicos que se están riendo. O los que decimos "yo conozco a su mamá" y el otro responde "es mi esposa" y añadimos "pero qué simpática". Sí, somos esos distraídos que bordeamos la mala educación, esos que parece que han tomado sopa de loro y que quieren opinar de todo, los que hablamos a gritos y señalamos con el dedo cuando hablamos de alguien. Somos eso y mucho más. Claro que como todos somos casi iguales no notamos las diferencias. Éstas vienen de la mano de lo

Como síntoma, la mujer

El primer invento humano capaz de romper la barrera del sonido no fue, precisamente, un avión supersónico, sino algo más simple, un artilugio utilizado para subyugar, torturar y esclavizar, hecho generalmente de cuero animal, llamado látigo. Creado hace 700 años por los chinos (obviamente), su velocidad fue medida en 1927 gracias a la invención de la fotografía de alta definición. El chasquido que produce el látigo se debe a una explosión sónica que tiene una velocidad de 742 mph. Pues ese invento es usualmente utilizado en ciertas culturas como castigo legal a ciertas afrentas. Hace unos meses, en Bangladesh, un grupo de notables de un pueblo sentenció a una niña de 14 años a recibir 100 azotes por haber mantenido relaciones sexuales con un hombre casado de 40 años. En realidad, se trataba de una violación. Lo más grave del asunto fue que, cuando iban por el número 90, la cría se desmayó: tenía los riñones destrozados por tantos golpes. Murió 9 días después. Lastimosamente, parece qu

Obsolescencia programada

Cuando yo era niña, los más pequeños de la familia heredábamos todo de nuestros hermanos o hermanas mayores. Y cuando digo todo, es todo. Desde ropa, zapatos, juguetes y libros. Los que sean de mi generación recordarán esos pesados tochos llamados Baldor. Había Barldor de aritmética, álgebra, trigonometría y geometría. Eran unos libros, fácilmente de unas 800 páginas, que pesaban lo suyo y que al comenzar  cada capítulo te daban un repaso de la vida de esos gigantes de las matemáticas y en la siguiente página te enredaban en un sinfín de números y fórmulas. El que resolvía todo, era el genio de la clase.Heredar el Baldor no era extraño, pues pasaba de mano en mano y los más pequeños deseábamos tener que utilizarlo porque era algo así como el carnet de adulto, aunque cuando ya tocaba hacerlo nos dábamos cuenta que habíamos caído en la trampa, era un auténtico peñazo. Pero ya recibir por heredad el “Primeras Luces” era el colmo, pues como era el primero que utilizaban los niños en la es