La terrible tradición del vendado de pies en la China anterior a la revolución cultural, sirve de partida a la sutil novela de Lisa See, El abanico de seda , que se lee con deleite y de un sólo tirón. See nos conduce por los laberintos de las tradiciones chinas que fueron un compendio de lo que Marcela Lagarde llama los cautiverios de las mujeres : cuando eres hija, debes obedecer al padre, luego al esposo y, a la muerte de éste, al hijo. Disecciona con la palabra la terrible condición de las mujeres en un país y una época en la que la mayor desgracia familiar era tener hijas mujeres y el mayor premio que los vástagos fueran varones, aunque estos mismos no pudieran sobrevivir sin el servicio obediente y manso de las hijas y las nueras, aptas para todo servicio. Como siempre, las perpetuadoras de tal horror eran las propias mujeres. Las encargadas de formar nuevas sirvientas para las familias receptoras, ante todo las responsables del loto dorado , la deformación de los pies de sus hij