Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de marzo, 2007

Las despedidas, de una en una

El albañil polaco que no sabía ni papa del castellano, se dio cuenta que a pesar de estar con la carita y el pelo renegridos y el vestidito un poco roto, no merecía acabar en la basura. La sacó del subsuelo donde había quedado lo irrecuperable y la había puesto al pie de la escalera por si pasaba una mano piadosa que la rescatara. Veníamos del colegio y la vi a través del escaparate. Parecía la musa de la canción de la muñequita rota amiga de los ratones. Detrás de tanta mugre se podía apreciar su hermosura. Mi hija pequeña se metió entre tanto trasto y la trajo presurosa. Al llegar a casa, le quité el vestidito y le lavé la cara y el pelo. En su manita portaba una vela. Busqué dónde poner las pilas y felices descubrimos que funcionaba. Creada hace muchos años por Famosa para iluminar las noches de pesadillas de las niñas, encendía su velita al moverle la mano hacia arriba. Al día siguiente, como si el mar trajera los restos de un naufragio, recogimos otra muñequita y varias cositas p

Nombrando, que es gerundio

Me gustaría ponerle nombre a cada uno de los árboles del Santander. Tal vez con identidad sería más difícil deshacerse de ellos. ¿Qué nombre le pondría al jazmín de la entrada de la zona de juegos donde se guindan los niños en verano? Se quedaría con Jazmín y lo pronunciaría "Yasmín" O aquél, que como hijo descarriado creció echadito, donde es fácil subir y sentirte Robinson Crusoe. A ese le llamaría Robinson. ¿Y el de la fuente? ¿Arbusto grandote y robusto como boxeador en pleno éxito? Le llamaría Rocky I, como el Stallone de antes. Y así, uno a uno, le pediría a la gente que bautizara a los árboles. Donde cayó el arbusto pondría una plaquita que dijera: En recuerdo del árbol que fue: casa, barco, nube, sueño, abrazo... Abatido por la furia cementera de Esperanza Aguirre ¿Qué pasaría si nunca pasara nada? Que otros niñ@s podrían disfrutarlo como lo hicieron nuestros hij@s...

Elegía al árbol-casa

Ella decidió que allí estaría su cocinita. No le dije nada. Con menos de tres años se apresuraba a nombrar las cosas y a ubicarlas en su memoria que apenas era un papel blanco que empezaba a llenar. También distribuyó, más allá, su salita y el dormitorio. Era un arbusto centenario por lo que sus ramas habían crecido generosas y se habían expandido acullí, acullá, lo cual daba para muchas invenciones, para mucho juego. A veces, llegábamos un poco tarde y otro propietari@ hacía una distribución diferente. Entonces mi hija discutía en su lengua de trapo al otr@ - que tenía el mismo nivel de argumentos- sobre cómo debería ordenarse la casa. Cuando veíamos la batalla perdida, íbamos a buscar otro arbusto parecido sólo para darnos de bruces de que como aquél no había ninguno. Era único. De aquellos que dan ganas de ponerle una placa conmemorativa que diga cosas como: Gracias por albergar tantas infancias, incluída la mía. Apenas la primavera se anunciaba, yo trasladaba mis bártulos al banco