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Mostrando entradas de febrero, 2010

Aquella pluma

Los que conservan el reloj de su padre muerto en algún cajón del armario, comprenderán las razones por las cuales pienso que algunos objetos tienen magia. Alguien dijo que, incluso, tenían su propio dios. Otros, le han dedicado una estupenda miniserie (La Habitación Perdida) en la cual los objetos tienen funciones nada naturales. El objeto del cual quiero hablarles es de una pluma. Veréis, pienso que tengo buena letra -cuando escribo a mano, que sólo suele ocurrir en clases-, en alfabeto latino o cirílico y hasta los caracteres chinos me salen muy monos. Pero no es una cualidad atribuíble completamente a mis artes, más bien a la pluma con la que escribo. Actualmente, suelo elegir muy bien, entre otras cosas porque tengo las posibilidades de hacerlo, y escribo con tres "Pilot G-tec-C4" de punta extrafina de colores rosa, lila y celeste; pero antes me las veía de figurillas para conseguir mi objetivo final, una letra elegante y personal. Hace unos mil años, caminando por la Ha

Así de fácil

Mientras lo saboreaba, comprendí las razones por las cuales Muriel Barbery había escrito un libro entero dedicado a los sabores. "Une gourmandise" (una golosina) es un canto al sentido del gusto y a los infinitos rumbos a los que nos transporta nada más activarlo. Confieso que le debo al "quimsacharani" (el chicote que se usa con las bestias) la amplitud de mi gusto. Mi madre solía ponerlo en la mesa a nuestro lado a la hora del almuerzo. Cuando veo las fotos de esa época, la comprendo. Yo era tan delgada entonces que de haber sido tema de moda me hubieran declarado anoréxica. Imagino que a la pobre le horrorizaría la idea de tener en su currículum materno una hija muerta por inanición. Lo cierto es que me costaba mucho tragar la comida, pero lo hacía ante la amenaza -nunca cumplida, todo hay que decir- de que usara el "quimsa" conmigo. Así, le cogí el gusto a casi todas las partes de una vaca, incluida la lengua y los intestinos delgado y grueso. Salvo do

Cuestión de huevos

Nada más llegar del "insti", entró a la cocina, abrió el refrigerador, sacó los huevos y empezó a revisarlos al milímetro. "¿Ves? Son 03", me dijo. Luego se explayó contándome las razones por las cuales, a partir de esa fecha, no los comería. Yo había recibido ese pdf hacía unos meses y decidí no comentárselos (todo se habla durante el almuerzo), ni siquiera reenviarlo. Más por cansancio, ¿saben? Reconozco que mi vida se ha llenado de todo tipo de información, lo cual me ha convertido en una ciudadana bien informada pero, a la vez, desesperada. Cuando compro desodorantes trato de que no tengan aluminio; hay una lista de lápices labiales que contienen plomo y que siempre olvido cuando voy a comprarme uno nuevo, lo cual hace que postergue la compra; me costará un huevo (¡manda huevos!) cambiarme los empastes porque dice que trago el mercurio que portan; no me vacuné contra la gripe A y la padecí heroicamente; lavo las hortalizas durante una hora porque tienen pesticid