Sí, desde cualquier ángulo, enfoque o costumbre, el beso es sin duda uno de los mejores ejemplos de lo que es una síntesis. En sus formas resume casi todo: ternura, pasión timidez, respeto, lujuria, poder, amor y desamor. Pero también, textura, sabor, secreto, transaminación, sonoridad, temperatura e incluso pánico; no en vano el beso nace en la delicadas fibras nerviosas y sensitivas de la punta de la boca y termina en el fondo de los pesados muebles del alma.
El área de la boca en el ser humano evolucionó rápidamente por las necesidades alimentarias y digestivas. Pero cuando este ser logró una mayor socialización, le despertaron “otros apetitos y deseos”; entonces, decidió oralizarlos. Su cerebro y sistema periférico ya era capaz de concebir el símbolo y por tanto quiso hablar, sus glándulas y hormonas se especializaron y quiso amar, su piel se estremeció y quiso sentir. El orden de sus placeres y linderos conjugó la fórmula: a más sapiens,más interés sobre sí mismo.
Ahora sabemos, desde la biología evolutiva, que la selección de la pareja reproductiva está íntimamente ligada a esta pulsión. El afecto y la conexión de los cuerpos humanos en tanto carne produjeron la necesidad de unir los labios, aprovechando su instinto succionador de mamífero, que le dio un contenido fantasioso a este recurso. Los mensajeros químicos se encargaron de lo demás, sus feromonas dieron cuenta de esta conducta solo atribuible al humano generándole un placer inexpugnable por áreas y formas en el cuerpo del otro. Gracias a las bondades de su corteza cerebral el hombre logró armar su mapa erógeno y sentir la función de sus labios en otras partes “sin boca”, sus pasiones se desbordaron y el “lugar” del beso adquirió sentido topológico. De este modo, trasciende el ser humano su etapa veterinaria y es capaz de usar sus goces y placeres más allá de prevalecer reproductivamente como especie. Algo perverso se dirá desde la perspectiva Freudiana.
Pero la historia del beso no fue tan lineal y cómoda. De hecho, hay culturas que no practican esta cualidad. Se cree que un 10 % de las culturas vivas hoy en día, no especulan con él, las tribus comparten el baño pero no se besan y los mongoles prohíben el beso en la línea parental ascendente o descendente; ellos, en cambio, prefieren olerse la cabeza. La gran mayoría de las culturas lo practican a su modo, sin embargo, las religiones -casi todas- aplicaron controles biopolíticos: los dispositivos de control del cuerpo fueron quienes estigmatizaron al beso, lo clasificaron y le dieron valores: el beso puro, el patológico, el de judas y el de la muerte; el infiel, el social, el salvaje, el virtual, en fin.
Actualmente, el departamento de neurofisiología de la Universidad de Pittsburgh, ha desvelado otras particularidades caprichosas del beso y sus áreas de compromiso. Los labios, particularmente el superior, es mucho más sensible y especializado que la yema de los dedos. 34 músculos de la cara se comprometen al momento de besar. Y desde terrenos odontológicos en el boca a boca, hay un intercambio de fluidos, material orgánico y bacterias. Otros sentidos dan cuenta de la acidez de un beso y de la alcalinidad si es el caso. ¡No se asuste! 95% de éstos no entrañan mayor peligro, pues el organismo ya tomó cartas en el asunto: el sistema inmunológico se activa a través de la inmunoglobina. Los mismos estudios reportan que el (CMT) Complejo Mayor de Histocompatibilidad resulta ser el responsable biológico para la selección de nuestras parejas sexuales y en el beso este fluye sin mayores complejos, como parte de evolución progenética.
Como preludio sexual, al besarse, nuestra especie tarda, en promedio, un minuto antes de que las descargas neuroquímicas nos lleven hacia la fase de excitación y plataforma orgásmica. Algunas afirmaciones tienen aún sentido, como aquella que para los hombres es una forma de avanzar al próximo nivel sexual y que para la mujer es en cambio, pasar al siguiente rango emocional. Podríamos decir también que el beso es central en tanto referencia para el neurótico, aleatorio y compensatorio para el histérico y fragmentario para el psicótico. Existe también la al filemafobia: individuos que tienen repulsa y fobia al beso, extraño e indeseable padecimiento.
¿Y qué hay desde el romanticismo y la literatura con relación al beso como sentimiento humano? A decir del ensayista Byron, el beso es una de las descripciones literarias más pobres y deficitarias. "cómo no poder expresar toda su intensidad y magia en palabras precisas y certeras sin tener que recurrir al corazón, al desamor o la tristeza que sólo le circundan y terminan confundiendo” Será que el lenguaje usa el mismo órgano con el que se besa. Quizá los símbolos lingüísticos sean solo energía que se extingue antes de llegar al oído, que los ojos sean insensibles para leer las cavidades del verbo. Sin embargo, Bécquer hace la diferencia, tangencial , imaginaria pero no menos certera al escribir: “por una mirada, un mundo. Por una sonrisa, un cielo. ¡Por un beso …! Yo no sé qué te diera por un beso.!"
El beso y su futuro, divide a optimistas de pesimistas, unos afirman: Los labios unidos jamás serán vencidos ya que es el barómetro emocional. El amor no puede (aún) prescindir de su presencia. Mientras haya cuerpo, habrá goce, y mientras la presencia sea nostalgia, habrá amor. El arte de unir los labios tirita, desfallece y peligra en medio de la ávida postmodernidad y la virtualización, sin que sus adictos hagan nada para defenderlo. Quizá la inteligencia artificial lo reemplace y nos dé succión, pero no humedad; nos dé técnica, pero no sortilegio; nos dé sensación, pero no pasión, sostienen los otros.
El ser humano es un sujeto en tránsito, pero con destino definido. En su viaje, es incapaz de dejar de sublimar y fantasear, se recreará a sí mismo por mutación, pero no por omisión.
Por mi parte, me pongo del lado de los optimistas, auguro (aún) una larga vida para el beso.
José Luis Harb
Psicoterapeuta y Sexólogo
Houston abril 23, Texas
El área de la boca en el ser humano evolucionó rápidamente por las necesidades alimentarias y digestivas. Pero cuando este ser logró una mayor socialización, le despertaron “otros apetitos y deseos”; entonces, decidió oralizarlos. Su cerebro y sistema periférico ya era capaz de concebir el símbolo y por tanto quiso hablar, sus glándulas y hormonas se especializaron y quiso amar, su piel se estremeció y quiso sentir. El orden de sus placeres y linderos conjugó la fórmula: a más sapiens,más interés sobre sí mismo.
Ahora sabemos, desde la biología evolutiva, que la selección de la pareja reproductiva está íntimamente ligada a esta pulsión. El afecto y la conexión de los cuerpos humanos en tanto carne produjeron la necesidad de unir los labios, aprovechando su instinto succionador de mamífero, que le dio un contenido fantasioso a este recurso. Los mensajeros químicos se encargaron de lo demás, sus feromonas dieron cuenta de esta conducta solo atribuible al humano generándole un placer inexpugnable por áreas y formas en el cuerpo del otro. Gracias a las bondades de su corteza cerebral el hombre logró armar su mapa erógeno y sentir la función de sus labios en otras partes “sin boca”, sus pasiones se desbordaron y el “lugar” del beso adquirió sentido topológico. De este modo, trasciende el ser humano su etapa veterinaria y es capaz de usar sus goces y placeres más allá de prevalecer reproductivamente como especie. Algo perverso se dirá desde la perspectiva Freudiana.
Pero la historia del beso no fue tan lineal y cómoda. De hecho, hay culturas que no practican esta cualidad. Se cree que un 10 % de las culturas vivas hoy en día, no especulan con él, las tribus comparten el baño pero no se besan y los mongoles prohíben el beso en la línea parental ascendente o descendente; ellos, en cambio, prefieren olerse la cabeza. La gran mayoría de las culturas lo practican a su modo, sin embargo, las religiones -casi todas- aplicaron controles biopolíticos: los dispositivos de control del cuerpo fueron quienes estigmatizaron al beso, lo clasificaron y le dieron valores: el beso puro, el patológico, el de judas y el de la muerte; el infiel, el social, el salvaje, el virtual, en fin.
Actualmente, el departamento de neurofisiología de la Universidad de Pittsburgh, ha desvelado otras particularidades caprichosas del beso y sus áreas de compromiso. Los labios, particularmente el superior, es mucho más sensible y especializado que la yema de los dedos. 34 músculos de la cara se comprometen al momento de besar. Y desde terrenos odontológicos en el boca a boca, hay un intercambio de fluidos, material orgánico y bacterias. Otros sentidos dan cuenta de la acidez de un beso y de la alcalinidad si es el caso. ¡No se asuste! 95% de éstos no entrañan mayor peligro, pues el organismo ya tomó cartas en el asunto: el sistema inmunológico se activa a través de la inmunoglobina. Los mismos estudios reportan que el (CMT) Complejo Mayor de Histocompatibilidad resulta ser el responsable biológico para la selección de nuestras parejas sexuales y en el beso este fluye sin mayores complejos, como parte de evolución progenética.
Como preludio sexual, al besarse, nuestra especie tarda, en promedio, un minuto antes de que las descargas neuroquímicas nos lleven hacia la fase de excitación y plataforma orgásmica. Algunas afirmaciones tienen aún sentido, como aquella que para los hombres es una forma de avanzar al próximo nivel sexual y que para la mujer es en cambio, pasar al siguiente rango emocional. Podríamos decir también que el beso es central en tanto referencia para el neurótico, aleatorio y compensatorio para el histérico y fragmentario para el psicótico. Existe también la al filemafobia: individuos que tienen repulsa y fobia al beso, extraño e indeseable padecimiento.
¿Y qué hay desde el romanticismo y la literatura con relación al beso como sentimiento humano? A decir del ensayista Byron, el beso es una de las descripciones literarias más pobres y deficitarias. "cómo no poder expresar toda su intensidad y magia en palabras precisas y certeras sin tener que recurrir al corazón, al desamor o la tristeza que sólo le circundan y terminan confundiendo” Será que el lenguaje usa el mismo órgano con el que se besa. Quizá los símbolos lingüísticos sean solo energía que se extingue antes de llegar al oído, que los ojos sean insensibles para leer las cavidades del verbo. Sin embargo, Bécquer hace la diferencia, tangencial , imaginaria pero no menos certera al escribir: “por una mirada, un mundo. Por una sonrisa, un cielo. ¡Por un beso …! Yo no sé qué te diera por un beso.!"
El beso y su futuro, divide a optimistas de pesimistas, unos afirman: Los labios unidos jamás serán vencidos ya que es el barómetro emocional. El amor no puede (aún) prescindir de su presencia. Mientras haya cuerpo, habrá goce, y mientras la presencia sea nostalgia, habrá amor. El arte de unir los labios tirita, desfallece y peligra en medio de la ávida postmodernidad y la virtualización, sin que sus adictos hagan nada para defenderlo. Quizá la inteligencia artificial lo reemplace y nos dé succión, pero no humedad; nos dé técnica, pero no sortilegio; nos dé sensación, pero no pasión, sostienen los otros.
El ser humano es un sujeto en tránsito, pero con destino definido. En su viaje, es incapaz de dejar de sublimar y fantasear, se recreará a sí mismo por mutación, pero no por omisión.
Por mi parte, me pongo del lado de los optimistas, auguro (aún) una larga vida para el beso.
José Luis Harb
Psicoterapeuta y Sexólogo
Houston abril 23, Texas
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